Nuestra alma necesita recuperar su espacio perdido, el mismo que le ha sido arrebatado y ocupado por el ego, desplazándola en el olvido. Por esta razón debemos liberarnos del ego: esa excesiva valoración sobre uno mismo que nos limita y condiciona a los aspectos más primitivos del ser humano, alejándonos de nuestra Divinidad y verdad.
El ego se nutre de los programas mentales, dogmas y doctrinas aprendidos mediante distintos agentes sociales del entorno: padres y familia, profesores de escuela y universidad, instituciones religiosas y televisión, entre otros. Los cuales traspasan información errada y tergiversada que enturbia nuestra visión y entendimiento, creando una realidad mental falsa e ilusoria, una matrix dañina y limitada. En consecuencia, el ego es incapaz de reconocer esta matrix y la verdad, porque confunde doctrina con realidad, e insiste en incorporar ese sistema de creencias como la única y absoluta certeza.
Al imponer su razón, el ego nos incita a buscar las respuestas fuera de nosotros mismos, lo que implica abandonar la conexión con la esencia y sabiduría interna, perder el contacto con la naturaleza y la espiritualidad, olvidando nuestro aspecto Divino e inmaculado.
Llegó la hora para devolver al Alma el lugar que le corresponde y enderezar la vida humana según el plano Divino inicial.